La tapita de nosotros mismos
Nacimos abiertos, venimos abiertos al mundo. Pero con cada experiencia dolorosa, reaccionamos. Ante la sensación de que con esa reacción nos sentimos bien, y encima nos dirige a esquivar gran parte de las confrontaciones (partes internas de nosotros mismos y de los demás), las adoptamos.
Es como si fuesemos una botella que vamos cerrando su tapita todos los días un poco más para que no le entre nada. Para que esté hermético el sentimiento. Lo que pasa es que al cerrar cada vez más y enroscar más la tapita, nos lastimamos las manos, nos lastimamos el cuerpo, nos lastimamos todo. Nos tensionamos la vida. Nos esforzamos por cerrar, desgastamos energía.
A la inversa, cuando uno quiere empezar de a poco a poder abrir ese bloqueo, empezar por ejemplo a llorar todos esos dolores secos que nunca se pudieron mojar (por haber contenido el llanto varias veces), nos encontramos con que esa tapita está dura, cuesta abrirla.. ¡y pero mas bien que también va a doler! Tanto o quizás más que cuando nos forzamos por cerrarla aquellas veces. Duele porque está acostumbrada a cierta posición, está amoldada. Está rígida y fijada a una posición cómoda de protección, o mejor dicho, de refugio.
Por eso duele tanto destrabar el llanto, o destrabar cualquier emoción, está casi clausurado, en una posición perfectamente intacta que hace que nada se libere. Es como cuando uno tiene un yeso tanto tiempo, y tiempo después se lo quitan. ¡Hay que animarse a empezar a moverse de nuevo! ¡ Es obvio que va a doler! Es obvio que de a poco va a tomar color toda la palidez que estaba escondida tras las rejas.
A veces somos como esa botella que se cierra todos los dias un poco más para que no sea tomada. Lo que pasa es que tanto la vida como el ser humano, tienen fecha de vencimiento ..
Comentarios
Publicar un comentario