Fragmentos de una molestia en la garganta.

El lenguaje del dolor
El dolor no tiene palabra. El dolor tiene cuerpo. El dolor intenta atravesarse a través de la palabra para ser entendido. Pero no le llega ni a los talones. Se queda el dolor en la punta de la lengua intentando decirse. Pero hay distancia. Hay distancia entre el dolor y la palabra. Hay algo que se desanuda ahí mismo. Que no se puede expresar en ese campo de expresión. Ni siquiera podemos ver el espacio en donde se apoya el dolor, porque está localizado a...dentro nuestro. Lo podemos sentir, quizás intentar describirlo con semejanzas, con sensaciones similares compartidas. Pero es parte de la canalización de nuestra querida herida. Y en ese tubo interno el dolor no se puede tocar. Si lo intentamos tocar, desaparece. Si lo intentamos describir, se esfuma. El dolor tiene otro lenguaje. No es el lenguaje de la palabra. Es el lenguaje del cuerpo. Es el intento de simbolización de aquello que no tiene palabras. Es el recuerdo de los adentros de nuestro ayer. El dolor es un espacio donde se manifiesta la tensión. Donde se encarna y se entrejaula la piel con la imposibilidad de la expresión. El dolor no tiene nombre. Los huesos sienten. El cuerpo presta su lugar para apoyar lo quebrajado. El cuerpo es como un vidrio roto, y el dolor da cuenta de la integridad. Mirar el dolor es volver a construir con las partes de esos vidrios, un espejo nuevo. No se puede mirar el dolor, pero si se puede bordear en el adentro de uno, hacer una introspección de nuestros silencios para palpar y escuchar el eco, la resonancia de aquello que nos está doliendo.-
 

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