La incómoda presencia de la falta

Y de repente veo la vida.
¿La veo? ¿La vida se puede ver, oler, tocar, sentir, palpar, oir?
Quizas sólo vemos, olemos, tocamos, sentimos, palpamos, oímos, la sombra de la realidad.
Nada pertenece realmente.
Todo depende del cristal con que se mire. Algunos cristales están borrosos. Se evaporan.
¿Qué queda por hacer? Garabatos en el vidrio para destapar un poco la existencia.
Aunque a veces se tarda un tiempo para que todo se vuelva a ver de manera clara.
Pero en un segundo que capto algo real, giro mi cabeza hacia todos lados, y veo como se mueven las cosas.
A decir verdad, Solemos vivir en una peligrosa burbuja de dudas transparentes.
Lo único que queda, es seguir desparramando palabras para llenar las hojas en blanco.
¿Pero que sucede cuando incluso así, la falta se hace oír? La falta se hace agua.
Y ahoga.
La falta se zambulle y se pone a nadar.
Salpica. Molesta. Empapa.
No podemos vivir con las hojas llenas. Sino se acabaría la existencia.
No voy a poder nunca unir todas las palabras del mundo. Que pena me da que el infinito a veces no me rebalse más.
Y me encuentro con una pared de esas que tienen vidrios en los bordes.
Difíciles de escalar.
Estamos ante la incómoda presencia de una falta moribunda.
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