Domingos II
Hay Domingos que se levantan, con las patas para arriba. Están todos despeinados, y se desencuentran con el tiempo cotidiano. Lo único que madruga es el pensamiento, que se afina como un instrumento desafinado intentando encontrar un equilibrio. A veces el Domingo suena desordenado, desafinado, desacorde al resto de los días, a la rutina. Son domingos que tienen ojeras bajo la mirada, y miran el tiempo como viéndolo pasar, como si fuese viento, aire enredado, suspiros desprendiendose del cuerpo, tal vez. Son días que se estampan en los agujeros de uno mismo y te hacen encontrar con algo que llamamos, existencia. Son días que detienen todo el movimiento exterior, pero el propio interior sigue deambulando de aquí para allá, haciendose las más insólitas preguntas, aquellas que durante el resto de los días no tienen lugar por falta de tiempo. Somos seres, que vivimos en una cáscara redonda, intentando girar y girar siempre, porque si dejamos de girar, el mundo se nos viene encima. Y los Domingos son días interiores, que nos acostumbran a desprendernos de aquello que nos ata día a día a girar sin detenernos, ni siquiera, a ver por donde hacemos caminar los días. (Aunque hay personas que se detienen de Lunes a Lunes, y se arriesgan a desafiarle al tiempo una carrera, por más que el mundo se le pueda venir encima)
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