Cuando el cuerpo no siente
Cuando
el cuerpo no siente, estamos bebiendo sorbos de distracción de nosotros
mismos. Estamos aereados, sin contacto. Estamos deslizandonos entre las
propias cuerdas sin animarnos a soltar. Porque soltar, a veces es
saltar. Porque soltarse duele. Porque caer lastima. Porque hay un miedo
atragantado que hace nudo entre la sensibilidad y la propia reacción.
Porque sentir implica retorcerse de emociones.
Y nada se retuerce sin quebraduras. Y nada se quiebra sin dolor. El
cuerpo que siente, es aquel que se anima a quebrarse. Porque quebrarse
implica sostener como se tuerce nuestro propio reflejo. Implica caminar
dolido en la propia aceptación. En los propios miedos. En las propias
lesiones. Un quiebre es el encuentro con los propios límites. Es aceptar
nuestros desgarros.
Cuando el cuerpo no siente, hace falta un sacudón, un empuje. Porque cuando el cuerpo no siente uno puede caminar sobre espinas, y esto es un extremo. Y sobre ese mismo suelo puede haber una caída, que no sólo te quiebre, sino te desintegre. Y cuando eso aparece, cuesta volver a reconstruir.
Que tal si nos escuchamos más?
Cuando el cuerpo no siente, hace falta un sacudón, un empuje. Porque cuando el cuerpo no siente uno puede caminar sobre espinas, y esto es un extremo. Y sobre ese mismo suelo puede haber una caída, que no sólo te quiebre, sino te desintegre. Y cuando eso aparece, cuesta volver a reconstruir.
Que tal si nos escuchamos más?
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