Rincones del cuerpo
Rincones del cuerpo
Nuestro cuerpo, como casa construida con el inconciente de nuestros cimientos propios. Donde su techo, su pared, son la piel que delimitan el contorno con el afuera. Sus suelos profundos, como base en donde nos camina todo aquello que nos integra adentro.
Y como cuerpo, como casa, algunas partes se habitan menos, otras más. A veces se limpian más, otras menos. Se desordenan, se re-ordenan, se confunden, se desintegran, se integran, como sistemas. Sectores que se llenan de plagas, de olores, de bichos, de polvos, de silencios, de palabras, de sensaciones.
Zonas del cuerpo vivas, áreas "muertas", que simulan la insensibilidad de nuestra piel. Zonas crecidas, zonas barridas, zonas destruidas como paredes descamándose.
Rincones de "trenes fantasmas" con sustos de la niñez.
Zonas de exploración, rincones de rejuntes de cosas viejas, de tesoros bien guardados en el inconciente de nuestra piel
Hay rincones que a veces los limpiamos por dentro hasta el entrecruce de las paredes, llegamos a habitar huecos profundos, partes difíciles de llegar. Otras tantas simplemente colocamos muebles encima para no ver las manchas que desprolijan el interior. Hay partes del cuerpo más amplias, otras en donde se interponen nuestras cosas, como si fuesen "pasillos" que limitan el despliegue.
Partes oscuras y claras, frías, alfombradas donde podemos revolcarnos con placer, rincones suaves que nos abarcan por dentro.
El cuerpo a veces es casa vacía, es hogar deshabitado, es silencio sin frontera, cuando cae en las riendas de la soledad, de la desesperacion. Otras tantas es escenario de ruidos, de apilamientos y desórdenes, que devienen del misterio de nuestras dudas y no nos dejan pasar.
Posiblemente el cuerpo tenga también ese pasillo comprimido, cuando sus paredes se pintan de angustia.
Otras tantas es hogar habitado, confortable y cálido, cuando cae en las riendas del placer. Y el cuerpo es jardín, cuando habita en él, el amor.
Partes que se inundan, zonas de sequías, y otras que se irritan ante la entrada de algún ruido.
Derrames del cuerpo, que a veces nos hacen huir hacia afuera, y otras tantas hacia adentro, habitandonos en el repliegue de esos espacios solitarios que nos refugian de las superficies que están mas allá de nuestra piel.
También hay partes nuestras en donde no nos atravemos a sentarnos, partes incómodas, rígidas, donde no nos podemos soltar. Partes no asumidas, y partes que son partes de nosotros. Partes donde disfrutamos andar descalzos, caminándonos. Partes donde caminar da frío. Rincones donde entra el viento, y otros donde nos sentimos refugiados, como sectores del cuerpo que hacen de propios " nidos", acunandonos.
Y siempre están esos otros tantos sectores del cuerpo que nos reciben cada vez que nos queremos aflojar. Rincones que se sienten tan propios, que nos sostienen. Como esos lugares de la casa donde hay una entrega, donde apenas abrimos la puerta cuando estamos cansados, dejamos todas nuestras pertenencias allí. Sintiendo aquella plácida sensación que se aloja en el cuerpo, de soltarse en el lugar, quedándonos con el alma suelta. Respirándonos ahí. Diciendo. "Llegué".
La entrega con uno mismo, es ese "llegar a uno" que tanto deseamos cada noche, cuando estamos tan cansados.
Y quizás haya en nosotros partes ásperas, rincones llenos de ruidos, de paz. Rincones abatallados, bloqueados, llenos de cosas apiladas que impiden el movimiento. Partes más visitadas, donde nos permitimos revolcarnos, partes que hallamos, que contemplamos, partes donde nos entregamos y nos sale una sonrisa, rincones donde apretamos ahí y renacen los llantos.
Paredes que nos sostienen la espalda para aflojar las cuerdas de nuestros dolores. Rincones quemados, cuando estamos cansados.
Habitaciones de uno mismo, llenas de manchas indelebles que abren paso a la nostalgia. Espacios que se riegan y crecen, otros oscuros, encuevados llenos de perplejidades, que no se animan a habitar. Espacios de fantasmas, sustos, temblores, espacios de silencios, rincones de dolores. Sectores de más aire, de ahogos, de movimientos, y rigideces que han nacido como defensa, que nos sirven como pilares y como columnas para sostenernos, para que nuestro techo no se nos venga encima.
Sectores insólitos, de colores, otros con sus ventanas rotas, de alguna marca que quedó por siempre ahí. Habitaciones pálidas, sonrisas como adornos del cuerpo para disimular el llanto que hay detrás.
Puertas trabadas, con llaves que cierran más que abrir, y otros rincones sin puertas, liberados, abiertos. Sectores que cuestan pisar, rincones que laten más, y otros que laten menos. Áreas de vitalidad, sentidas, espacios de adormecimiento, de siestas en el cuerpo, de invierno.
Zócalos del cuerpo que guardan su historia, dejando las paredes de su piel humedecidas, manchadas, quebrajadas. Historias que se habitaron en nosotros. Y hoy nos habituamos en ellas, conviviendo con sus partes..
Estamos alojados por historias. Que nos deforman y nos dan forma a la vez. Así formamos nuestro hábitat. Somos hogares con diferentes cuerpos, somos "formas" de ser.
Nuestro cuerpo, como casa construida con el inconciente de nuestros cimientos propios. Donde su techo, su pared, son la piel que delimitan el contorno con el afuera. Sus suelos profundos, como base en donde nos camina todo aquello que nos integra adentro.
Y como cuerpo, como casa, algunas partes se habitan menos, otras más. A veces se limpian más, otras menos. Se desordenan, se re-ordenan, se confunden, se desintegran, se integran, como sistemas. Sectores que se llenan de plagas, de olores, de bichos, de polvos, de silencios, de palabras, de sensaciones.
Zonas del cuerpo vivas, áreas "muertas", que simulan la insensibilidad de nuestra piel. Zonas crecidas, zonas barridas, zonas destruidas como paredes descamándose.
Rincones de "trenes fantasmas" con sustos de la niñez.
Zonas de exploración, rincones de rejuntes de cosas viejas, de tesoros bien guardados en el inconciente de nuestra piel
Hay rincones que a veces los limpiamos por dentro hasta el entrecruce de las paredes, llegamos a habitar huecos profundos, partes difíciles de llegar. Otras tantas simplemente colocamos muebles encima para no ver las manchas que desprolijan el interior. Hay partes del cuerpo más amplias, otras en donde se interponen nuestras cosas, como si fuesen "pasillos" que limitan el despliegue.
Partes oscuras y claras, frías, alfombradas donde podemos revolcarnos con placer, rincones suaves que nos abarcan por dentro.
El cuerpo a veces es casa vacía, es hogar deshabitado, es silencio sin frontera, cuando cae en las riendas de la soledad, de la desesperacion. Otras tantas es escenario de ruidos, de apilamientos y desórdenes, que devienen del misterio de nuestras dudas y no nos dejan pasar.
Posiblemente el cuerpo tenga también ese pasillo comprimido, cuando sus paredes se pintan de angustia.
Otras tantas es hogar habitado, confortable y cálido, cuando cae en las riendas del placer. Y el cuerpo es jardín, cuando habita en él, el amor.
Partes que se inundan, zonas de sequías, y otras que se irritan ante la entrada de algún ruido.
Derrames del cuerpo, que a veces nos hacen huir hacia afuera, y otras tantas hacia adentro, habitandonos en el repliegue de esos espacios solitarios que nos refugian de las superficies que están mas allá de nuestra piel.
También hay partes nuestras en donde no nos atravemos a sentarnos, partes incómodas, rígidas, donde no nos podemos soltar. Partes no asumidas, y partes que son partes de nosotros. Partes donde disfrutamos andar descalzos, caminándonos. Partes donde caminar da frío. Rincones donde entra el viento, y otros donde nos sentimos refugiados, como sectores del cuerpo que hacen de propios " nidos", acunandonos.
Y siempre están esos otros tantos sectores del cuerpo que nos reciben cada vez que nos queremos aflojar. Rincones que se sienten tan propios, que nos sostienen. Como esos lugares de la casa donde hay una entrega, donde apenas abrimos la puerta cuando estamos cansados, dejamos todas nuestras pertenencias allí. Sintiendo aquella plácida sensación que se aloja en el cuerpo, de soltarse en el lugar, quedándonos con el alma suelta. Respirándonos ahí. Diciendo. "Llegué".
La entrega con uno mismo, es ese "llegar a uno" que tanto deseamos cada noche, cuando estamos tan cansados.
Y quizás haya en nosotros partes ásperas, rincones llenos de ruidos, de paz. Rincones abatallados, bloqueados, llenos de cosas apiladas que impiden el movimiento. Partes más visitadas, donde nos permitimos revolcarnos, partes que hallamos, que contemplamos, partes donde nos entregamos y nos sale una sonrisa, rincones donde apretamos ahí y renacen los llantos.
Paredes que nos sostienen la espalda para aflojar las cuerdas de nuestros dolores. Rincones quemados, cuando estamos cansados.
Habitaciones de uno mismo, llenas de manchas indelebles que abren paso a la nostalgia. Espacios que se riegan y crecen, otros oscuros, encuevados llenos de perplejidades, que no se animan a habitar. Espacios de fantasmas, sustos, temblores, espacios de silencios, rincones de dolores. Sectores de más aire, de ahogos, de movimientos, y rigideces que han nacido como defensa, que nos sirven como pilares y como columnas para sostenernos, para que nuestro techo no se nos venga encima.
Sectores insólitos, de colores, otros con sus ventanas rotas, de alguna marca que quedó por siempre ahí. Habitaciones pálidas, sonrisas como adornos del cuerpo para disimular el llanto que hay detrás.
Puertas trabadas, con llaves que cierran más que abrir, y otros rincones sin puertas, liberados, abiertos. Sectores que cuestan pisar, rincones que laten más, y otros que laten menos. Áreas de vitalidad, sentidas, espacios de adormecimiento, de siestas en el cuerpo, de invierno.
Zócalos del cuerpo que guardan su historia, dejando las paredes de su piel humedecidas, manchadas, quebrajadas. Historias que se habitaron en nosotros. Y hoy nos habituamos en ellas, conviviendo con sus partes..
Estamos alojados por historias. Que nos deforman y nos dan forma a la vez. Así formamos nuestro hábitat. Somos hogares con diferentes cuerpos, somos "formas" de ser.
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